6/26/2006

LA VIEJA GRAMOLA


Sentado al borde de la chimenea en el sillón de cuero, aquella pieza clásica golpea mis sienes con fuerza entre cada trago de whisky. Con el destello del fuego en mis ojos, ilumino toda la habitación, que a su vez refleja la luz naranja en los hielos del vaso. A medida que los violines de la orquesta ganan rabia en cada giro de la gramola, en el semblante de mi rostro brindan varias arrugas. Otro surco del disco y la aguja talla más erosiones en mi cara. Me voy sintiendo viejo y la voz también se arruga. La música sube de tono y la penumbra del espejo no me engaña. Los compases de la obra han llegado a mi faz en forma de ancianos y profundos pliegues. Mi eterna juventud me ha abandonado. Éste era el precio del pacto. Nada de música por el resto de mis años. En cuatro décadas ni una nota, ni una corchea, ni una triste melodía había penetrado en mis oídos. Pero me he rebelado, y ahora muero tranquilo. Después de cuarenta años ya puedo tocar de nuevo, unos instantes, mi viejo piano.

1 comentario:

Manu Espada dijo...

A mí me pasa lo mismo, pero lo dejé hace demasiado tiempo...